OTRA CIUDAD/ OTRO TIEMPO/ 3.



En mi búsqueda de dinero “pesetas”, me dirijo hacia calle Camas. No es la Málaga que uno podría imaginar como una ciudad ideal en los años 30: menos coches, aceras libres de patines, bicicletas, terrazas, turistas con sus maletas rodantes, ciudadanos/as con sus móviles, sus miradas perdidas en esa pantalla que les lleva a un mundo tecnológico que llena toda su vida. ¡Qué maravilla! Ese ajetreo del día a día se nota en el comportamiento de estos malagueños, reposado en sus conversaciones. 

Hay una armonía entre las horas solares y la gente; en la quietud se escuchan las conversaciones, niños jugando a la pelota en la calle, escucho la bocina de un coche. Se respira una ciudad en crecimiento, tranquilidad, el aire que se respira impregnado de orín de los coches de caballos, los burros con alforjas vendiendo mercancía, pescado, otros con frutas. ¡Todo un paraíso aromático!

Las miradas hacia mi persona por la vestimenta me hacen aligerar el paso. Estoy cerca del Mercado Atarazanas, entro por la puerta que da a calle Panaderos. Mis pasos van rápido, mi intención es salir por la parte trasera. Las mujeres que venden la fruta me llaman: “¡Flanchute, compra algo con esa cara de emirriao!” “¡El tío con pantalones cortos va a hacer la comunión!” Las risas contagian al personal. Hago una reverencia con mi sombrero y salgo del mercado. 

Me dirijo hacia calle Camas, mis recuerdos no me engañan. Está situado un hombre alto, cara agitanada, lleva un sombrero, bastón, al cuello lleva un pañuelo negro. Me acerco a las prendas usadas, hay de todo, desde un frac a toquillas, dentaduras postizas, chalecos, camisas; algunas están limpias, otras están para tirarlas (en nuestra época).

Buenas tardes… A las buenas tardes, ¿qué desea el señor? ¿Usted compra objetos? Sí, ¿tiene usted algo para vender? “No será el pantalón corto…” No, una joya. ¿Una joya? Sí, una joya. Le enseñé la pulsera tipo rosario. ¿Es plata? Sí, claro. Las piedras verdes, ¿de qué son? Son cuentas de vidrio tallado, muy valiosas, son de Grecia. ¿De dónde son? Son de calidad. Puede interesarme. ¿Cuánto pide usted? Me quedo con esa camisa, el pantalón, la chaqueta y 200 pesetas. ¿Usted cree que yo soy el montepío?

Así , con la transacción cerrada y mi dignidad intacta (más o menos), me alejé del mercado. Mientras caminaba, no pude evitar pensar en lo irónico de la situación: buscando pesetas en una ciudad que ya no las usa, vendiendo joyas de “Grecia” a un hombre que probablemente nunca ha salido de Andalucía. Pero, ¿qué sería de la vida sin un poco de ironía y un buen sombrero para hacer una reverencia final?



Continuará..........

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