Mi paseo matutino me ha llevado por sitios de esta ciudad, cercanos, no estoy comentando en el extrarradio, no, es cercano al Macro Hospital todavía en Proyecto pará está ciudad es un milagro más, las Torres de Martiricos, el gran hermano, no, sale Mercedes Milá, pero están los personajes de los pisos turísticos. Me cruzo con algunos, gente joven, chicas, chicos, con sus maletas de rueda, sus vestimentas desaliñadas, noche de fervor mariano, ellas con vestidos veraniegos y botas militares.... nueva moda juvenil.
A veces parece que las ruedas de las maletas y las cabezas de algunos turistas están sincronizadas en un mismo ritmo. Entre los selfies, las plataformas y las maletas rodantes, es todo un espectáculo ver cómo se mueven por la ciudad. Es, como si estuvieran en su propio desfile de moda sobre ruedas! Chicas, chicos, estáis en via pública, aceras árboles.... niños.... niñas ..... coño...Ciudadanos, dé segunda pero ciudadanos.
La ciudad sigue, una anciana con su perro o perra, la llevaba con una correa, el perrito sigue el paso de su dueña, la ternura que le comentaba: “Cuqui, recuérdame que tenemos que comprar pan”. Curiosa armonía de perro y su dueña.
El perro está en celo, ha cogido la pierna de su dueña confundiéndola con alguna perrita… Esta salió: “¡Estate quieto o te la corto! En la casa sí, en la calle no, ¿qué dirán mis vecinas? Después tengo que ir a misa, es pecado " . La señora saca dé la bolsa de supermercado un abanico color rojo sé abanica de una forma compulsiva, recuerdos de antaño, la vejez aún recuerda otros momentos de encuentro carnal.
Hay un supermercado cercano, pertenece a una cadena española que tiene súper en todo el país. Hay un mendigo de los de siempre, camisa blanca es un decir pañuelo no sé describir él color anudado en el cuello, pantalón vaquero, el color puede ser el que ustedes quieran, blanco no, desaliñado, tenía puesta una boina al revés en el suelo. Estaba en la puerta del supermercado, vi cómo un guardia de seguridad lo echaba de la puerta principal.
El mendigo cogió la boina, olvidé comentar su cartón de vino Don Simón, vino que no falte en la fiesta del señor Don Simón, del viñedo al cartón. ¡Viva el vino! Rajoy con una borrachera con el Santo Patrón Santiago, los dos cogidos de la mano van camino del Bar Percebeiro Marisquería gallega… de allí al santoral.
El mendigo se situó a unos metros de la puerta, lo justo para que los compradores del supermercado lo vieran. No quería comida, pedía una propina porque… vaya usted a saber, igual pensó que era un reclamo de algún detergente “Colón lava más blanco”. La señora del perro se acerca, le echa unas monedas y le dice: “Lávate, qué mierda tienes, hijo, me dan ganas de echarte lejía”. El mendigo le contesta: “Señora, lejía… tráigame un vinito y unas aceitunas”. “Te voy a traer una palangana para que te laves”.
Hacía tiempo que no escuchaba la palabra “propina” o “palangana”. Hoy, parece que al camarero le ofendemos si le decimos “ahí le dejo una propina”. Ahora se ha generalizado pedir la cuenta, pagas el importe, dejas unas monedas, das las gracias y te marchas, todo políticamente correcto.
En este país, las propinas servían como complemento del sueldo, sueldos bajos y las propinas. Trabajando en los años 70 en una agencia de transporte de fuerte implantación en esta localidad, se contrataba a diferentes personas: conductores, mozos, estibadores de mercancías. Se les ofrecía un sueldo en función de su labor.
El empresario (dueño), cuando veía que el futuro trabajador ponía cara de “es poco dinero”, con buen ojo (ya lo había tenido a prueba durante 15 días y sabía que era un buen trabajador, honrado y decente), añadía: “Al sueldo, le añades las propinas que son importantes y te pondrás un uniforme de la empresa”. Le ponía el contrato por 3 meses prorrogables en función de su trabajo. ¿De fijo? Ya veremos, depende de usted seguir trabajando conmigo o no.
Esta práctica estaba muy generalizada en aquella época. La propina era un sumando al sueldo. Los trabajadores podían ir tirando gracias a las propinas de los diferentes comercios que recibían la mercancía. Al cliente le trataban con el máximo respeto: “¿Dónde quiere la mercancía, en este hueco o se los pongo en la entreplanta?.
Lo que usted mande, gracias por su generosidad”. Todo para que soltara unas propinas o unas limosnas, el fin es el mismo: nuestro mendigo para seguir con Don Simón y nuestro trabajador para poder sumarlo al sueldo de miseria que se pagaba en este país llamado España.
Quiero mencionar que estos llamados empresarios o dueños podían tener el gremio del transporte con una plantilla de unos 30 trabajadores. Cada año tenían una semana de ejercicios espirituales en una residencia dirigida por un sacerdote, donde pasaban una semana. Reconciliación con el clero, pescadores de beneficios en este mar en calma (aparente), de trabajadores dignos de su confianza. El negocio necesita hombres honestos que miren por el patrón que les da trabajo.
Confesados, comulgados, con los principios del movimiento a tutiplén empezaban la semana siguiente, cantando todas las mañanas " Cara al Sol", al salir de sus ejercicios espirituales, la honradez dél trabajo, en el cielo le esperan con un chubasquero.
Los trabajadores pensábamos: “Como vienen de donde vienen, serán más humanos en su trato, nos pagarán más”. Ilusos, venían con más ganas de amasar más dinero. Habían dejado unas buenas propinas o mejor arreglar cualquier inmueble de la Santa Iglesia (gratis). París bien vale una misa. Dios proveerá. Acuérdese del vino Don Simón, del viñedo al cartón.
Y así, entre propinas y ejercicios espirituales, nuestros empresarios se aseguraban de tener a Dios de su lado. Porque, claro, nada dice “soy un buen cristiano” como explotar a tus trabajadores y luego donar generosamente a la iglesia. ¡Ah, la fe mueve montañas! Y si no, siempre queda el vino Don Simón para levantar el ánimo.
Al final del día, la verdadera penitencia no era rezar tres Ave Marías, sino sobrevivir con un sueldo de miseria. Pero no te preocupes, que Dios proveerá… o al menos eso decían los que se confesaban cada domingo y Amén
Apoteosis Final:
¡Vaya escena! Imagínate a Rajoy, después de un par de cartones de Don Simón, montando una moto como si fuera el Tour de Francia. El mendigo, siempre atento, corre a salvar lo más preciado: su cartón de vino Don Simon del cartón a la...... dónde pueda lo beberá.
Pero el pobre perrito, confundido, piensa que es un prado y decide marcar territorio… ¡meada perruna directamente en la cara de Rajoy! Mientras tanto, el apóstol Santiago, con muletas en mano, se pregunta si el vino era malo o si simplemente se pasó de la raya.........¡Qué cuadro más surrealista!
La felicidad no está en lo que ves, sino en lo que siente oh lo qué bebé, vino en cartón Noooooo.