En un rincón de esta ciudad, cuyo nombre no quiero acordarme, me encontré con una calle tan estrecha que apenas cabía un suspiro. Allí, los comercios se apretujaban como sardinas en lata, y los restaurantes, con más pretensión que sustancia, ofrecían manjares a precio de oro, aunque con sabor a hojalata. Un mozo, armado con una maquinita infernal, se acercó y, con una cortesía tan falsa como una moneda de tres caras, preguntó: “¿Tú qué quieres?” Sin levantar la vista, tomó la comanda y se apresuró ir a la cocina en un santiamén tenía la comida, más no me di cuenta estaba él mozo...cobrar, como si el tiempo fuera oro y el servicio, plomo. Cerca de una iglesia, que en tiempos fue mezquita, los turistas se arremolinaban como abejas en un panal, ajenos al hecho de que, en este rincón del mundo, la historia se mezcla con la modernidad de una manera tan surrealista que hasta Don Quijote se sentiría desorientado.Rocinante enortado.Sancho Panza, mirando al cielo haber sí cae una hogaza de...
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